Actualmente nuestra sociedad vive muchos cambios dada la velocidad de avances, la novedad de productos y la fácil comunicación entre lugares. Vivimos a un ritmo muy rápido. Tenemos a nuestra disposición una cantidad de información mayor de la que podemos abarcar. Venimos de unos años en los que se ha valorado mucho “la cantidad” y la “velocidad”. Muchas compras a bajo precio, mucha producción a bajo coste, rápida comercialización en poco tiempo. Mucho desplazamiento en pocos días. Fácil acceso a lugares lejanos. Fácil aprendizaje con poco esfuerzo. Todo ha de ser rápido e instantáneo.
¿Cómo podemos combinar esto con el desarrollo humano? ¿Llegaremos a querer que el embarazo sea más rápido y dure menos de nueves meses?
A pesar del continuo desarrollo infrenable e infinito de las cosas materiales, las personas seguimos necesitando unos ritmos naturales que debemos de respetar para evitar que dichos avances empiecen as ser el origen de la propia autodestrucción.
Estamos sumergidos en el valor de la “rapidez”. Esta es considerada en cualquier lugar como algo positivo, incluso en lo que se refiere al desarrollo pisco-afectivo. Sin embargo, la madurez psicológica es como el embarazo, ha de seguir su curso natural. Evidentemente hay diferencias interpersonales, pero siguiendo todas ellas un proceso semejante. Nuestros hijos han de ser más o menos lo maduro que haya que ser a una edad determinada.
Puede no ser recomendable pensar lo siguiente “mi hija es muy madura, entiende muy bien todo lo que sucede”.
Los límites entran en juego para permitir que los procesos evolutivos humanos se desarrollen de la mejor manera posible. Sin embargo, en lugar de ver los límites como parte del proceso natural, los límites parece que son corruptos. Los límites parece que quitan libertad. Los límites parece que son coercitivos. Los límites parece que van contra la individualidad y la creatividad personal. Los límites parece que son artificiales.
Después de estar años trabajando en un servicio de atención a familias en conflicto, trabajando con casos de dependencias, trabajando con familias desestructuradas, familias con hijos sufridores por su falta de tranquilidad, seguridad, autonomía, etc… muchos de los problemas que llegan a consulta son por “exceso”, por conductas que no han sido limitadas, o mejor dicho, guiadas.
Pongo algunos ejemplos cotidianos que parece que no son causa de conflictos pero que a posteriori nos damos cuenta de que sí lo eran:
- Exceso por la cantidad de tiempo dedicado al móvil y con ello falta de escucha interpersonal y pérdida de tranquilidad en los encuentros interpersonales: encuentros que se afrontan con ansiedad, aburrimiento, tics, ideas negativas recurrentes, sensaciones fisiológicas desagradables…
- Exceso de protección a los niños. Estos terminan siendo inseguros por su falta de autonomía. …
- Exceso en tiempo de exposición a la televisión y con ello déficit de atención y dificultad en la concentración, falta de tolerancia al aburrimiento. …
- Exceso por la cantidad de comida a la que estamos expuestos: comer sin hambre y sin freno: y con ello, sobrepeso y frustración, atracón, …
- Exceso en actividades extraescolares y con ello necesidad de estar siempre “entretenido”. Esto implica entre otras cosas gran dificultad en tolerar los tiempos de espera.
- Exceso en tiempo dedicado al ordenador y con ello falta de implicación en tareas concretas, lentas, reales, domésticas. Déficit en habilidad manual y en el juego infantil.
- Exceso en tiempo dedicado a las nuevas tecnologías y con ello aburrimiento con la lectura entre otras cosas, dificultad en entender instrucciones…
- Exceso en el tiempo dedicado a la gran oferta de actividades, incluso al trabajo, al deporte. Tampoco en estos casos el exceso es positivo. El resultado puede ser un déficit en la dedicación y cuidado de la pareja, de los hijos, de los amigos… por lo tanto, riesgo de conflictos familiares.
- Exceso en las explicaciones a los menores sobre temas de adultos y con ello falta de tolerancia al límite, es decir, a la guía, y sin guía, inseguridad: niños inseguros.
Pensemos en un autopista: carretera que se creó con el fin de mejorar la circulación, con el fin de garantizar mayor seguridad: bandas de circulación separadas por vallas de protección. Dos o más carriles en cada sentido para facilitar el transito de distintos vehículos. Arcenes para permitir la parada de quien lo necesite. Marcas en el pavimento como aviso de que se termina el espacio del carril. Pintura con luminosidad nocturna. Señales que orientan al conductor y que explican límites como garantía de seguridad. Etcétera.
Quiero decir con esto que a pesar de los avances, los límites son necesarios. Y como vemos en este ejemplo los límites son guías para optimizar la seguridad de las personas.
En el punto medio está la virtud: veamos los límites como ayudas para lograr situarnos alrededor del punto medio.
Límites que nos permitan lograr ciertos niveles de placer pero evitando que estos sean desproporcionados y desencadenen consecuentemente ciertos trastornos.
Pretendo con esto hacer ver que muchos de los casos que acuden a consulta son debido la falta de límites. Mejor dicho, debido a la falta de guía que tienen los menores. En un primer momento los padres no somos conscientes de la falta de límites hasta que el problema se ha desarrollado: trastornos de conducta, dependencia de sustancias, dependencia de la comida, irascibilidad y problemas afectivos, dependencia de las tecnologías, trastorno de ansiedad generalizada, dependencia del ejercicio físico, déficit de atención, falta de habilidades sociales y un largo etcétera.
- Las guías que se transmiten a través de los límites: dan seguridad.
- Las guías evitan el exceso y orientan hacia algo moderado.
- Las guías facilitan el logro del placer equilibrado.
- Las guías facilitan el desarrollo de las cualidades personales.
- Las guías nos alejan de la frustración, facilitan el logro y la satisfacción.
En generaciones anteriores los padres no estaban tan pendientes de los hijos, ¿ahora qué sucede que tenemos que estarlo? Actualmente el contexto está enriquecido y acelerado. La oferta es instantánea. Antes los niños esperaban porque no tenían más opción, ahora sí la tienen y también es positivo, pero somos los adultos los que debemos de regular esa cantidad y velocidad en la que está inmerso el menor.
El objetivo de los adultos no es ayudar al menor a que sea un adulto precoz quitándole la infancia. Es decir que la vida adulta no llegue al niño antes de tiempo, sin poder asimilarlo su madurez. Nosotros somos los responsables de sintonizar esta "cantidad y velocidad del entorno" a través de guías, ayudas, instrucciones y aunque no nos guste, límites.