Sobre los niños… Si cuidamos de ellos lograremos que sean adultos sanos. Escribo sobre ellos porque el calendario manda, a veces más de lo que nos gustaría. Ahora en Septiembre toca empezar el curso.
Los niños son fruto de lo que reciben de su contexto. Los menores dependen de la manera de funcionar de sus responsables, ya sean padres, tutores, profesores, etc.
Los adultos que nos ocupamos de ellos queremos, en lo que se refiere al curso escolar, que estudien, que aprendan, que sean responsables, y estas instrucciones se las trasladamos sin cesar.
Sin embargo, cada año les repetimos lo mismo, cada año y me atrevería a decir que cada día. Esto que les repetimos ya lo saben. No quiero decir que ellos ya “saben” hacer lo que esas palabras dictan, sino que las han escuchado muchas veces, tantas veces que ya ni las oyen. Desde luego, no les dan el valor que tienen. Estas palabras suscitan en los niños la siguiente frase “Mamá qué pesada”.
Aquí entramos en lo paradójico de la psicología: muchas de las explicaciones sobre temas psicológicos son sencillas y obvias, sin embargo llevarlas a experiencias reales no es tan sencillo. Aquí radica el problema: sabemos lo QUE hay que hacer pero no sabemos CÓMO. El resultado no es el deseado. “¿Será que el niño es…tal y cual?” “Por más que se lo repito, mi hijo no entra en razón”. Etc…
Como dicta una de las premisas básicas en Terapia Familiar: “Desde las mejores intenciones se cometen los mayores errores”. Y esto sucede en todas las familias. En la mayoría de ellas hay conflictos, más o menos graves, pero los hay, y todas las familias desde las mejores intenciones procuran evitar los conflictos. ¿Qué sucede entonces?
Hay una brecha difícil de ver. Hay un mundo personal y afectivo que distorsiona lo racional
Entre el mundo teórico que está en los libros y la vida real llena de emociones hay una brecha difícil de ver. Hay un mundo personal y afectivo que distorsiona lo racional. En esa brecha está el espacio psicológico. Entender, manejar y gestionar este espacio facilita que las personas encajen en los anclajes que los adultos –desde la razón– van diseñando para crear una vida, una educación, una salud.
Pues bien, una de las variables que está en esa “brecha” es la autoestima del niño. Hablo de esto porque estamos en septiembre: es un momento en el que los niños retoman el desarrollo de su potencial. Realmente lo hacen constantemente pero en el comienzo del curso el foco contextual está absolutamente centrado en esto.
Los adultos igualmente dedican tiempo y esfuerzo a favorecer que “la línea de salida” de inicio del curso esté bien organizada. ¿Qué puede hacer el adulto entonces?
Transmitir al niño que “lo está haciendo de maravilla”
Aquí sugiero algo sencillo, concreto, pero alcanzable: transmitir al niño que “lo está haciendo de maravilla”. A pesar de que se haya olvidado un cuaderno, a pesar de que no se haya acordado de apuntar algo en su nueva agenda, a pesar de que se vista de uniforme el día que tiene que ir vestido con ropa de deporte, a pesar de todo esto, hagamos un esfuerzo por confiar en que, hagan lo que hagan, tenemos que transmitirles nuestro reconocimiento, nuestro refuerzo, nuestra aprobación de su personita.
Podemos permitirnos hacer esto porque en Septiembre aun no hay miedo a suspender, miedo a que no haga “bien” las cosas. El riesgo que asumimos es bajo: merece la pena transmitir refuerzo y reconocimiento de la “persona” que hay en nuestro niño y dejar para más adelante los matices que veamos que el niño puede mejorar.
Que el niño vaya a diario al colegio sin presión y con confianza en si mismo le permitirá estar abierto a lo que le van a enseñar. “Pásalo bien chiquitín y a ver qué te cuentan!”.